El legado del Lazarillo de Tormes
Esta mañana he tenido la ocasión de presenciar uno de los episodios de picaresca española más rastreros que mi imaginación podría concebir.
Situémonos temporal y espacialmente: alrededor de la 1 del mediodía, en una ciudad portuaria del Mediterráneo con miles de años de antigüedad. Para más señas, Cartagena. Acto de colocación de la primera piedra del Museo del Teatro Romano de Cartagena. Para el que no esté muy familiarizado, en este tipo de ceremonias, las Altas Instancias (políticas, eclesiásticas y militares) se echan la fotito de turno con la paletina de cemento en la mano, tras enterrar una caja metálica que contiene los periódicos del día, algunas monedas, posiblemente algún mensaje de paz y esperanza para el futuro, y cosas por el estilo; y tras cubrir dicha caja con una placa de hormigón, es sellada por todas las personalidades que a tal acto acuden.
Todo ello, por supuesto después de que el señor obispo haya bendecido, alabado y dado gracias a un tal D.I.O.S. (supongo que se refería al Dinero para Inversión en Obras Sociales, porque sin éste, ni Dios mueve un dedo). Tras él, las pertinentes explicaciones del arquitecto frente a los planos que ha diseñado (muy chula la obra, por cierto, con túneles y todo). Caras enchidas de orgullo, sonrisas de oreja a oreja, jijí-jajás, besos, apretones de manos, abrazos y buenas palabras por aquí y por allá. Todos los medios de información locales y regionales se esfuerzan en conseguir la mejor foto o la mejor toma de vídeo, dando buena cuenta del acto. Todo es bonito y maravilloso, vamos, la reostia de guay (detalle importante: hasta los tres obreros que pululan por allí van con ropas de trabajo recién planchadas y cascos nuevecitos que brillan como la calva de Mr. Proper). Más mejor... imposible.
Pues he aquí que el acto concluye y todo el mundo abandona el recinto. Los operarios se afanan en retirar todo el tinglao montado allí para tal evento. Y cuando digo retirar todo, digo todo. Así es. Retirar es la palabra: en un momento dado, cuando sólo quedan en el recinto los tres obreros impolutos, éstos sacan su paletina, quitan con sumo cuidado el cemento, levantan la losa de hormigón que cubre el agujero y ¡¡¡se llevan la caja a toda prisa!!! A continuación vuelven a colocar la losa en su sitio y de nuevo lo cubren y sellan todo bien con cemento fresco.
Mi cara de estupefacción no deja lugar a dudas. Lo estoy flipando: han robado la caja por toute la patillé, como dirían los franchutes. No sé si actuaban por propia iniciativa o son trabajadores por cuenta ajena (no sé si quiero saberlo), pero la pregunta que queda en el aire es: ¿para qué?, ¿qué valor puede tener esa caja, 50 míseros euros? Y si no es por el valor económico, ¿qué oscura intención puede tener?
Supuestamente, el acto de colocación de la primera piedra, a parte de ser un impulso electoralista para los políticos, tiene la bonita intención de que en un futuro, más o menos lejano, las generaciones venideras (o incluso civilizaciones, ¿por qué no?), una vez que el edificio por el paso del tiempo quede reducido a ruinas, encuentren la caja, que debe contener símbolos e información correspondientes al momento actual, al momento de la Historia en que la obra fue construída. Sin embargo, cuando eso ocurra, allí lo único que encontrarán será ¡¡¡un agujero lleno de... telarañas!!! Vergonzoso. Lamentable.
Cada uno que saque sus propias conclusiones. A mí, me resulta difícil comprender un comportamiento tan sumamente rastrero. Lo que sí me queda claro es la inmensa capacidad de los españoles para seguir sorprendiéndonos (negativamente) a nosotros mismos.
Situémonos temporal y espacialmente: alrededor de la 1 del mediodía, en una ciudad portuaria del Mediterráneo con miles de años de antigüedad. Para más señas, Cartagena. Acto de colocación de la primera piedra del Museo del Teatro Romano de Cartagena. Para el que no esté muy familiarizado, en este tipo de ceremonias, las Altas Instancias (políticas, eclesiásticas y militares) se echan la fotito de turno con la paletina de cemento en la mano, tras enterrar una caja metálica que contiene los periódicos del día, algunas monedas, posiblemente algún mensaje de paz y esperanza para el futuro, y cosas por el estilo; y tras cubrir dicha caja con una placa de hormigón, es sellada por todas las personalidades que a tal acto acuden.
Todo ello, por supuesto después de que el señor obispo haya bendecido, alabado y dado gracias a un tal D.I.O.S. (supongo que se refería al Dinero para Inversión en Obras Sociales, porque sin éste, ni Dios mueve un dedo). Tras él, las pertinentes explicaciones del arquitecto frente a los planos que ha diseñado (muy chula la obra, por cierto, con túneles y todo). Caras enchidas de orgullo, sonrisas de oreja a oreja, jijí-jajás, besos, apretones de manos, abrazos y buenas palabras por aquí y por allá. Todos los medios de información locales y regionales se esfuerzan en conseguir la mejor foto o la mejor toma de vídeo, dando buena cuenta del acto. Todo es bonito y maravilloso, vamos, la reostia de guay (detalle importante: hasta los tres obreros que pululan por allí van con ropas de trabajo recién planchadas y cascos nuevecitos que brillan como la calva de Mr. Proper). Más mejor... imposible.
Pues he aquí que el acto concluye y todo el mundo abandona el recinto. Los operarios se afanan en retirar todo el tinglao montado allí para tal evento. Y cuando digo retirar todo, digo todo. Así es. Retirar es la palabra: en un momento dado, cuando sólo quedan en el recinto los tres obreros impolutos, éstos sacan su paletina, quitan con sumo cuidado el cemento, levantan la losa de hormigón que cubre el agujero y ¡¡¡se llevan la caja a toda prisa!!! A continuación vuelven a colocar la losa en su sitio y de nuevo lo cubren y sellan todo bien con cemento fresco.
Mi cara de estupefacción no deja lugar a dudas. Lo estoy flipando: han robado la caja por toute la patillé, como dirían los franchutes. No sé si actuaban por propia iniciativa o son trabajadores por cuenta ajena (no sé si quiero saberlo), pero la pregunta que queda en el aire es: ¿para qué?, ¿qué valor puede tener esa caja, 50 míseros euros? Y si no es por el valor económico, ¿qué oscura intención puede tener?
Supuestamente, el acto de colocación de la primera piedra, a parte de ser un impulso electoralista para los políticos, tiene la bonita intención de que en un futuro, más o menos lejano, las generaciones venideras (o incluso civilizaciones, ¿por qué no?), una vez que el edificio por el paso del tiempo quede reducido a ruinas, encuentren la caja, que debe contener símbolos e información correspondientes al momento actual, al momento de la Historia en que la obra fue construída. Sin embargo, cuando eso ocurra, allí lo único que encontrarán será ¡¡¡un agujero lleno de... telarañas!!! Vergonzoso. Lamentable.
Cada uno que saque sus propias conclusiones. A mí, me resulta difícil comprender un comportamiento tan sumamente rastrero. Lo que sí me queda claro es la inmensa capacidad de los españoles para seguir sorprendiéndonos (negativamente) a nosotros mismos.

1 Comments:
Mmmm releyendo el post, me he dado cuenta que se nota que me gusta leer los artículos de Pérez-Reverte en El Semanal :D
Publicar un comentario
<< Home